La crisis de los 40. Un artista harto de su rol de estrella previsible e inofensiva. Su talento está en época de sequía, pero el radar con el que vislumbra el futuro funciona con su habitual finura. Y le dice que lo que se avecina es algo mucho más primario, mucho más ácido.
Es 1988 y David Bowie está perdido. No quiere continuar ejerciendo el avatar de estrella masiva que ha conseguido unos años antes; no se encuentra nada cómodo, sabe que nunca ha encajado demasiado bien en ese papel. En un acto de catarsis, ha quemado en el desierto el gigantesco escenario de la gira Glass Spider. Se nota vacío y falto de inspiración.
Comienza a trabajar con el guitarrista Reeves Gabrels, un guitarrista virtuoso y excéntrico que le sorprende con su peculiar y ruidosa forma de tocar. Se unen después los hermanos Hunt y Tony Sales, solida base rítmica y viejos amigos de la banda de Iggy Pop. Desarrollan un conjunto de canciones llenas de agresividad, de distorsión, con un concepto que parece engendrado en una dimensión diametralmente diferente a la de todos sus éxitos de los 80.
Tin Machine (1989) fue el nombre del disco y del proyecto. Porque esta vez no era Bowie el que figuraba en portada, esta vez se cobijaba tras el nombre de una banda, aparentando ser un miembro más, como se puede apreciar en la portada del disco: entre otros tres tipos de impecable traje negro (y estrenando barba). Como un moderno Rat Pack del apocalipsis.
La corta carrera de Tin Machine se suele encuadrar dentro de su etapa menos inspirada, así que es momento, tres décadas después, de reivindicar su demoledor y retorcido debut. Una pieza de art rock cuyas canciones suenan como ejecuciones militares o como viajes lisérgicos por la gran ciudad, acompañando estampas de sadomaso softcore, asaltos neonazis a las aulas o apariciones divinas en la parada de autobús.
EL FIN DE UNA ERA
Bowie insistía desde el principio en la entidad de Tin Machine como banda; aquello no era otro estrafalario proyecto en solitario sino una democracia en la que él no contaba más que nadie. Pero tal misión apostólica estaba condenada al fracaso, todo el mundo sabía que, si el proyecto interesaba, es porque él estaba detrás. La sombra del Duque era demasiado alargada.
A modo de ejemplo, lo que ocurrido con la portada. Pese a conseguir que se comercializase con el nombre Tin Machine, a secas, la discográfica se dio prisa en colocar por encima una pegatina: “File Under David Bowie”.
Tampoco ayudaba, para asentar tal imagen, el hecho de ser autor de la mayor parte de los temas. Pero donde más se apreciaba esa distancia entre el discurso y la realidad era en las entrevistas. Bowie se esforzaba en aparecer siempre con algún otro miembro del grupo, pero los periodistas lo tenían claro: si no había Bowie, no había entrevista.
Quizás él creyese la teoría de “soy un miembro más” pero, de ser así, fue la única persona a la que fue capaz de convencer en el mundo.
BIENVENIDOS A CRACK CITY
La portada era un claro ejemplo de discordancia con el contenido, otra manera de jugar con las expectativas que delataba definitivamente su sello. Tras la elegante imagen de cuatro ejecutivos de Wall Street, se encontraba el disco más ácido de su carrera.
Los primeros segundos del disco, el riff bluesero y la batería atronadora de Heaven´s in Here dejan claro de qué va esto. El tema termina con una jam session que habría sido imposible en toda su discografía inmediatamente anterior. Por si no hubiera quedado claro, continúa con la canción que da nombre al grupo, una avalancha de trash metal con un Bowie lanzando sus estrofas más delirantes:
“Furioso, furioso, furioso
Ardiendo en mi habitación
Ven y ten una buena idea
Ven y tenla pronto
Estoy esperando en la salida de incendios
No estoy muy bien
No soy rojo ni negro ni blanco
Soy gris y me han mandado al infierno”
Por delante, una colección de canciones densas, contundentes, visiones que parecen suceder en Crack City, una ciudad “un paso más allá de la línea roja” de la que nuestros cuatro amigos hacen de cronistas.
El primer single fue Under the God, un estallido de violencia y rock duro sobre el (eterno) resurgir del nazismo. En el vídeo, la banda aparecía actuando en mitad de una congregación de skin heads enloquecidos. La melodía había sido reemplazada, en gran parte, por la agresión. Bowie parecía estar dando salida, musical y líricamente, a la mala hostia y los bajos instintos que había tenido que contener durante su etapa como estrella para todos los públicos.
“Tin Machine” también contenía otras joyas. Algunas podrían haberse convertido en temazos pop de no ser por su sombrío e intrincado sonido, como Prisoner of love o Bus Stop. La atmosférica y experimental I Can´t Read, (con una labor de Gabrels sobresaliente) la quiso recuperar en solitario más tarde. Y Pretty Thing (en contraposición con la maravillosa y luminosa Pretty Things de Hunky Dory) tiene el honor de ser su letra más explícita:
“Oh, cosa bonita
Siente esta cosa bonita
Chupa esta cosa bonita”
Hasta las canciones que originalmente se quedaron fuera (Run y Sacrifice Yourself) molaban.
PROTO-GRUNGE
Naturalmente, todo ese espíritu, alterado y distorsionado, no salía de la nada. Bowie, como mejor cliente del mundo (por detrás de Elton John) de la tienda de discos Tower Records, estaba entusiasmado con ese aire de renovación que traían Sonic Youth o los Pixies, y se había quedado conmocionado con la publicación de Nothing´s Shocking de Jane´s Adicction. Lo sorprendente es que Tin Machine no se mencione, como todos ellos, como un claro precedente de todo el movimiento Grunge que invadiría el mundo tres años después. Incluso aunque Tim Palmer, su productor, fuese también responsable de mezclar Ten, el extraordinario e hiper exitoso debut de Pearl Jam.
En aquellos años de MTV, Tin Machine reemplazaron el demandado videoclip tradicional por una extraña pieza dirigida por Julien Temple en la que se podían escuchar nueve canciones del disco. Todo tan teatral, tan sofisticado, tan guay, tan Bowie…
También fue una oportunidad para ver a Bowie como hacía mucho tiempo que no se le veía: cercano. Actuando en pequeños clubs, fumando como un carretero, sin grandes aparatajes escénicos. Y, fiel a su compromiso de creerse su propia mentira, sin incluir ni una sola canción de su repertorio.
La banda llegó a grabar un segundo disco, Tin Machine II, que tuvo mayor contribución compositiva por parte del resto de la banda, pero para mal, porque se trataba de las canciones más flojas del disco. Para entonces, el efecto sorpresa se había perdido y la mentira ya se había desvanecido. Tin Machine terminó siendo aquello que siempre se negó que fuera: un breve capítulo en la carrera de su creador, una herramienta para librarse de su piel anterior mientras afrontaba una nueva mutación.
Bowie, en definitiva, no había sido capaz de dejar de ser Bowie.