Finalizamos este recorrido de féretros cubiertos de rosas y de salas funerarias cargadas de Valium. De canciones que nunca fueron cantadas por dioses demasiado humanos. Las dos historias de hoy son recientes en el tiempo y transmiten una idea inquietante: incluso cuando el aire de la frenética juventud se ha disipado por completo, puedes volver a encontrarte a tus demonios mirándote a la cara.
SCOTT WEILAND (1967-2015)
Un escenario conocido de sobra: el artista sensible e imaginativo que resulta inaguantable como ser humano. Esa parece, al menos desde fuera, una buena definición de la vida y obra de Scott Weiland.
Stone Temple Pilots nacieron bendecidos por el éxito y su primer disco, Core (1992), ya les convirtió en una de las bandas del momento en EEUU. Estaban comandados por los hermanos DeLeo pero Weiland era un eje esencial para su funcionamiento interno. Un tipo de carismática personalidad, que desataba toda su furia en escena e imprimía a los demás una ambición continua por cambiar y evolucionar.
Weiland era un rendido admirador de Bowie y quería una carrera tan llena de contrastes como la suya. Otra cosa es que fuera capaz de enfocar y definir conceptualmente lo que estaba haciendo con la habilidad de aquel. Prueba de ello es su esquizofrénico disco en solitario 12 Bar Blues, una caótica amalgama de estilos en los que destelleaban algunos momentos de auténtica clase.
Pero había otras cualidades que también destacaban en su carácter: era un tipo incómodo y problemático hasta el límite. Sus problemas con la ley eran habituales y no resulta difícil imaginar la frustración de sus compañeros cada vez que tenían que hacer un parón en su carrera debido a un nuevo arresto, sobredosis, desintoxicación, etc.
STP se separaron en 2002 de malos modos, pero a Weiland le esperaba un buen golpe de suerte. Los ex Guns Roses Slash, Duff McKagan y Matt Sorum (que de tratar con un inaguantable ya sabían un huevo) estaban buscando cantante para su nuevo grupo, Velvet Revolver. Se trataba de uno de los puestos más cotizados de la industria e hicieron audiciones con multitud de cantantes, entre ellos Josh Todd de Buckcherry o Sebastian Bach de Skid Row, pero fue el mucho menos metalero Weiland el que se hizo con el puesto.
Con su primer disco, Contraband, volvía al número 1 del Billboard norteamericano.
Por aquel entonces, ya se presentaba con esa historia de redención que oirás contar (mil veces) a todo yonqui que se precie. Decía estar, por fin, limpio de drogas. Gracias, en este caso, a la ayuda prestada por McKagan, una de las escasas personas en la industria que ha conseguido apartarse de ellas de verdad (después de que le reventara el páncreas en la cama, todo hay que decirlo).
Lo malo es que tuvieron la desvergüenza de utilizar la farsa como argumento del vídeo de Fall to Pieces, en el que vemos, literalmente, a McKagan salvarle la vida a Weiland tras haber tenido una sobredosis (o quizás en pleno mono, antes de meterse otro pico). Ya resultaba indignante en su momento, imaginaos ahora, sabiendo el fin de la historia.
Tras un par de discos (el segundo mucho más aburrido que el primero), Weiland se fue de Velvet Revolver, otra vez con palabras poco amistosas. Pero, en un nuevo giro favorable de los acontecimientos, sucedía lo inesperado: hacía las paces con los hermanos de DeLeo y reunía, en clamor de multitudes, a los STP.
Pese al favor del público, ese otro Weiland no tardaría en hacerse presente en la sala. El que criticaba públicamente a sus compañeros de grupo y les hostigaba con movimientos tan surrealistas como crear una banda alternativa para tocar las canciones de STP que ellos no querían tocar.
En 2013 se agotó la paciencia de los DeLeo. Y es aquí cuando nos metemos en la despendolada recta final de esta biografía, en la que no iba a haber más giros felices del destino ni actuaciones para públicos multitudinarios.
Pasó sus últimos meses con The Wildabouts, girando por locales reducidos. Era triste verle actuar, perdido y desafinado, en centros comerciales o escuchar entrevistas en las que cada vez parecía más ausente de nuestra dimensión. Era contemplar la destrucción de un individuo a tiempo real vía Facebook y Youtube. Algunos fans pusieron el grito en el cielo: ¿cómo era posible tener de gira a un hombre en aquellas condiciones?
El 5 de diciembre de 2015 aparecía muerto en el autobús de gira en Bloomington (Minnesota). Las peores previsiones, o quizás las más lógicas, se habían hecho realidad. Weiland se esfumaba, dejando atrás buena música y la desolación de haber visto tantas buenas oportunidades perdidas.
CHRIS CORNELL (1964-2017)
El último episodio de esta funesta historia es también uno de los más dolorosos para los que amaron el Grunge. Los fans de Scott Weiland vieron cómo vivía el último tramo de su existencia como un tren siempre a punto de descarrilar, pero el suicidio de Chris Cornell provocó el dolor sordo de una amputación repentina. Weiland era un huracán que succionaba todo lo que le rodeaba, Cornell sostuvo en silencio una carga que parecía muy pesada.
Poco se puede decir nuevo sobre la discografía de Soundgarden, quizás la más respetada del grunge, o sobre la figura de Chris Cornell, la mejor voz de su generación. Una vez más, toda esa sensación de amenazante oscuridad era real y estaba trabajada con las pesadillas de Cornell como materia prima. Estamos hablando de un tipo que, años atrás, había decidido afrontar la separación de sus padres aislándose en una cabaña durante un año. Pero sin todas aquellas tensiones y traumas, no habríamos tenido la música de Soundgarden.
Tras disolver Soundgarden, Cornell también fue capaz de encontrar el éxito con una banda nueva, Audioslave, formada junto a tres ex Rage Against the Machine. El nivel de decibelios y de tinieblas parecía haber retrocedido en parte, cosa que iría corroborando en sus discos en solitario (uno de ellos muy malo). El príncipe de las sombras parecía estar cada vez más expuesto a la luz.
En 2010 volvía a reunirse con Soundgarden, la banda de su vida. Recobró barbas y melenas y volvió a hacer felices a fans de todo el mundo, que ya les veneraban como a un clásico. Realizaba también giras acústicas en solitario, en las que siempre destacaban sentidos homenajes a artistas fallecidos como Prince, Whitney Houston o David Bowie.
Y así podría haber continuado durante mucho tiempo, disfrutando, a sus 52 años, de un momento dulce y asentado de su carrera. Pudiendo incluso haber reunido a unos Audioslave que se habían separado en buenos términos.
Por eso deja tantas incógnitas que un tipo así decida poner fin a su vida. Preguntas imposibles de responder, aunque escuchemos la depresión (con la que tanto tuvo que convivir) y la adicción a la heroína (que llevó de una forma tan discreta) sonando con fuerza como eco de fondo.
El 18 de mayo de 2017, en fin, encontraban a Cornell ahorcado en su habitación de hotel en Detroit. Había terminado el concierto de aquel día, más flojo y extraño de lo habitual, con unos acordes de In My Time of Dying.
Dos meses después, coincidiendo con el día de su cumpleaños, se ahorcaba también su íntimo amigo Chester Bennington, de Linkin Park.
La muerte de Cornell también tuvo una sensación de fin de ciclo, porque recordemos que todo comenzó con aquel homenaje que quiso hacer a su amigo. Un punto final que debería también acabar con la maldición de Seattle, porque ya hemos tenido más que suficiente drama. Así que ya lo sabéis, Eddie Vedder, Billy Corgan, Donita Sparks, Mark Lanegan y todos los demás supervivientes que dejaron huella en aquella turbulenta y radical Generación Z. Este artículo no necesita de ediciones ampliadas, pero los jóvenes de los 90 sí que necesitamos de vuestra vida y música para poder seguir recordando cómo era todo aquello.