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Suede, la historia de un asombroso retorno

Dado que el vil metal y la irrelevancia personal suelen estar detrás de casi todas las reuniones musicales, lo más normal es esperar de ellas algunos grandes ratos en directo y, quizás, unas cuantas buenas canciones. Algo que esté a la altura de tu legado, de cuando eras más joven, tenías algo nuevo que decir y querías comerte el mundo. Lo que resulta menos habitual es que el retorno no solo pueda mirar de frente a la discografía que te convirtió en un icono generacional en Inglaterra, sino que empiece a hacerla pequeña en términos de creatividad y ambición. 

En aquellos lejanos 90, Suede arrasaron en Inglaterra con el primer disco y se convirtieron para la prensa en “la sensación del momento”, esa etiqueta que por lo general augura que tu éxito va a ser intenso, tu carrera corta y tu relevancia en la historia nula. Su segundo disco tenía el difícil cometido de afrontar semejante destino, que pareció empeorar con el abandono de su colíder Bernard Butler. Sin embargo, ya bajo el liderazgo absoluto del cantante Brett Anderson, lanzaron Dog Man Star (1994), una obra de arte barroca que quedó fijada como referente en su discografía.

Durante el resto de década, Suede se hicieron más grandes y exitosos (sobre todo en las Islas) gracias a un puñado de canciones pop infalibles como Trash o The Beatiful Ones. Pero todo cambió con el nuevo siglo. El éxito era menor, los discos no eran iguales y Anderson iba de cocaína y crack hasta las cejas. A New Morning (2002) ya no tenía nada de toda la refinada efervescencia del grupo ni de su fuerza emotiva. Era, básicamente, un coñazo y Anderson decidió dar por terminado Suede. O, al menos, darle un largo periodo de descanso.

BLOODSPORTS

Suede volvieron a reunirse casi una década después. En un principio, de manera tímida, solo para tocar unas cuantas veces en directo. Para el retorno discográfico habría que esperar un par de años más… Y no empezó con buen pie.

El 7 de enero de 2013 la banda anunció el nuevo disco con la esperanza de generar mucha expectación. Una de esas extrañas jugadas del destino hizo que el anuncio coincidiese con el de la vuelta de su maestro espiritual, David Bowie, tras diez años de sequía musical. Y Bowie, por supuesto, se comió toda la atención de los medios.

Bloodsports fue, en todo caso, un éxito que dejó con muy buen sabor de boca a los fans. Se trata de un disco de “classic Suede” en toda regla, como si toda una década no hubiese pasado, pero con todo el pulso recobrado. Hasta la portada o las motivaciones parecían las mismas que un puñado de años atrás:

-“Habla de la lujuria, de la búsqueda, del interminable juego del amor carnal” (Brett Anderson).

Brillan trallazos melódicos como Snowblind, Hit Me o It Starts and End with You, canciones que podrían sonar a todas horas en la radio (si es que quedase alguna emisora así). Temas como Always o Flautlines reconstruyen el desamparo dramático de los viejos tiempos. Y, por supuesto, toda está envuelto en dos términos que resultan indispensables a la hora de hablar del grupo: clase y glamour.

El disco fue la excusa para volver a verlos en España y, por raro que pareciese, con un nivel de energía muy superior al de anteriores visitas, con un Anderson poseído y cantando mejor que nunca.

Bloodsports fue un “estamos otra vez aquí” muy serio. Al igual que Bowie con The Next Day (2013), Suede habían aparecido con un disco básicamente continuista antes de dar el salto a dimensiones muy diferentes. A partir de aquí, la música toma vuelo mientras su universo personal se va haciendo más intrincado y de un tono más oscuro.

NIGHT THOUGHTS

Nada mejor para introducirnos en Night Thoughts que remitirnos a lo que Anderson dijo del mismo en su momento. Fíjense en lo que había cambiado la cosa en un par de años:

-“Trata de muchos temas familiares; vida, muerte, amor, angustia y desesperación”. (Brett Anderson)

El título se refiere a esos pensamientos que nos asaltan de noche. Esa noche que hace de escenario de tantos otros temas, sólo que en este caso tenemos miedo y estamos solos. La parte luminosa que siempre les ha caracterizado se tiñe por completo. Las letras ya no son banales, el hedonismo ya no es la salvación, el pop chicle está de retirada.

Lanzado en enero de 2016, Night Thoughts es un disco de invierno, reflexivo e intimista, pero justo en el sentido opuesto de la palabra al de un tío tocando la guitarra en la cocina de su casa. Un intimismo que necesita estar lleno de sonidos, de texturas y de épica para ser expresado.

Dentro de semejante contexto, los temas destacables son prácticamente todos, desde el arranque hasta el grandilocuente cierre, The Fur & the Feathers, o la captura de ese instante de esperanza e incógnita que se crea cuando dos personas empiezan a conocerse. Pero Night Thoughts es un disco hecho para ser escuchado entero, con una línea de unión temática y musical evidente. Son canciones y pasajes musicales que, como en otras grandes obras, construyen un universo propio, bello y evocador, pero atrapado por un fuerte sentimiento de nostalgia y pérdida. En sus cortes viajamos de When You Are Young a When You Were Young; el implacable paso del tiempo.

Anderson era padre y la experiencia parecía haber abierto de par en par la caja de todas sus vivencias. El disco, por primera vez en su carrera, ya no hablaba del ahora, sino que estaba construido sobre todo con recuerdos. Más que un disco conceptual, una especie de álbum familiar sonoro.

El primer single, Outsiders, significaba un nuevo tributo a la sensación de no encajar, de sentirse uno de los desplazados. Uno de esos a los que Ziggy Stardust gritaba “Dame tus manos, porque eres maravilloso” cuatro décadas atrás.

En resumen, todo un éxito. A la crítica le encantó, los fans quedaron maravillados al ver que, a estas alturas de su carrera, la música de Suede volvía a ser tan profunda y trascendente como en tiempos del reverenciado Dog Man Star.

Una vez cumplida la catarsis, podría haberse esperado que la banda retomase su lado más fácil y festivo. Pero no iba a ser así. Anderson todavía tenía otra vuelta de tuerca que dar en su exploración musical y en la interpretación de su propia existencia.

THE BLUE HOUR

En los instantes iniciales de The Blue Hour (2018), As One, escuchamos un solemne coro y una ampulosa sección de viento sobre unos efectos de sonido. Uno de los sensacionales riffs que Richard Oakes desperdiga por el álbum entra entonces para ser acompañado después por la voz de Anderson. la canción se conduce hacia un crescendo en el que la música de Suede retumba más que nunca.

Una intro igual de impactante que definitoria del resto del disco: volvemos a estar ante una obra con ambición de ser importante.

La materia prima de The Blue Hour es similar a la del disco anterior, pero utilizada de una manera diferente. En este caso, parece insinuarse un determinado relato que puede resumirse en “un niño se escapa/desaparece”. Una historia sin duda afín al cantante, que se fue de casa para vivir su adolescencia con la mayor de las intensidades posibles.

Ya sea en modo coro, banda de rock y orquesta sinfónica (o distintas combinaciones de los tres elementos), The Blue Hour suena monumental, operístico y teatral, con una potentísima intensidad dramática. La colección de canciones es espectacular. Mistress es el conmovedor testimonio del niño que descubre aterrorizado que su padre es infiel a su madre. Tides habla del siniestro destino de sentirte atraído por quien te va a hacer daño. Los outsiders tan propios de sus canciones se reúnen “cuando todo esto es demasiado” en Wastelands o Beyond the Outskirts (¡menudo temazo!). El perfil rockero está de sobra cubierto en las potentes Cold Hands y Don´t Be Afraid If Nobody Loves You. En mitad de toda esta exuberancia sonora, es necesario destacar la increíble labor con la guitarra de Richard Oakes, un hombre que se vio en la misión de reemplazar al carismático Bernard Butler en la banda ¡con 17 años!

Life Is Golden es una de las mejores baladas que se han escrito durante este siglo, en forma de carta de amor de un padre fallecido a su hijo (el de Anderson lo hizo hace unos años). Palabras de aliento a las que agarrarse cuando el mundo es una mierda.

Hacia final del disco (All The Wild Places y The Invisibles), Anderson se acompaña en exclusiva de la orquesta y en este punto The Blue Hour se convierte en una obra sinfónica que difícilmente encajaría en la etiqueta de pop o rock. Y es que, si el anterior era un disco ambicioso, éste lo es mucho más.

Tras alumbrar semejante par de obras, a Suede poco le queda por demostrar. Me encantaría que Anderson y los suyos siguiesen siempre en esta senda, creando discos enormes, complicados de grabar y de escuchar, en los que ellos tienen que vaciarse creativamente y a los que nosotros tenemos que entregar toda nuestra atención (con la promesa de ser siempre recompensados con nuevos matices y detalles). Pero, esta vez sí, Brett Anderson ha anunciado que en lo próximo irá por caminos más sencillos. Y hay que reconocer que se merecen un descanso.

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