¿Os imagináis que vuestros compromisos sociales para los próximos días incluyeran una fiesta en casa de Frank Sinatra, el visionado de unas cuantas pelis a horas intempestivas con Groucho Marx, un par de días con Salvador Dalí pariendo ideas psicotrópicas y terminar la semana pillándote una monumental cogorza con John Lennon y otras celebridades? Pues algo parecido a eso era la agenda de Alice Cooper en algún momento de los años 70.
La banda de Alice Cooper llegó al estrellato siendo los enemigos públicos número uno. Asociaciones de padres, religiosos, senadores, ya habían tenido bastante soportando los caderazos de Elvis, los flequillos de los Beatles o la polla marcada en el paquete de Mick Jagger, pero lo de las decapitaciones y los bebés empalados en el escenario era pasar a otro nivel.
Para el que solo le conozca por su imagen pública, este artículo contiene datos que pueden provocar una sobrecarga neuronal seria: ¿Alice arropando a Groucho antes de retirarse silenciosamente a su hogar? ¿Frank Sinatra cantando una canción suya? ¿Mae West y Fred Astaire vibrando en uno de sus sangrientos conciertos?… El hecho es que la biografía de Vincent Furnier, persona de la que siempre se destaca su indudable encanto y savoir faire, recoge probablemente la lista de amistades más impresionante que ningún rockero se haya podido permitir. Personalidades inmortales de los que este mitómano consumado fue mucho más que un simple conocido. Repasemos juntos algunos de ellos.
SALVADOR DALÍ
La más extraña y documentada de su lista de amistades (siempre en la medida en la que Salvador Dalí podía entender el concepto de la amistad).
Todo se debió a la participación de un héroe anónimo que tuvo la idea de invitar al genio surrealista a un concierto en Nueva York de la estrella del momento. Al viejo divo se le abrieron los ojos viendo lo que ocurría en el escenario: serpientes, decapitaciones, bailarines disfrazados de arañas… “Es apocalíptico, decadente, repulsivo… ¡Me encanta!”, dijo al terminar el show. “El equipo de Dalí llamó a mi manager. Le contó que había asistido a un concierto y que era como ver una de sus pinturas cobrando vida. Quería que trabajásemos juntos”, recordaba Cooper.
Alice que, como estudiante de Bellas Artes, idolatraba al maestro, acudió nervioso a la cita, acompañado de su manager, el legendario Shep Gordon. Cinco ninfas (o ninfos) vestidos de gasa rosa antecedieron a Gala (amante del pintor) y a Dalí, ambos ataviados como si acabasen de llegar de comprar de otro planeta. Dalí intentó explicarle su idea de colaboración, pero de su boca salía un extraño lenguaje en el que se iban mezclando aleatoriamente palabras de diferentes idiomas.
Ni siquiera Alice, que convivía con una anaconda en una mansión en la que había reacondicionado una capilla como sauna-bar, podía competir con semejante nivel de desparrame sensorial.
Dalí, maestro de lo macabro, acogió a Alice dentro de su séquito de freaks y le dedicó un par de obras. La primera Primer retrato crono-holograma cilíndrico del cerebro de Alice Cooper, expuesta en su Casa-Museo en Figueras, es una rudimentaria representación 3D. La segunda, titulada simplemente El cerebro de Alice, en paradero desconocido, es una escultura de un cerebro con chocolate y hormigas.
“Era el tipo más extraño que he conocido. Y, sin embargo, en poco tiempo te sentías muy cerca de él. Fue uno de los mejores momentos de mi vida”, dijo Alice.
Una de sus grandes anécdotas conjuntas tuvo lugar en uno de los restaurantes más exclusivos de Nueva York, en el que Dalí había invitado a cenar opíparamente a 20 personas. El artista pidió la cuenta y, al recibirla, en lugar de pagar, dejó estampada su firma sobre el mantel de la mesa. “¿Dejo propina?”, dice Alice, y puso su nombre debajo.
Se desconoce, también, el paradero actual del mantel.
FRANK SINATRA
Tampoco resulta nada fácil imaginar la amistad entre una leyenda con tanta clase y alcurnia como Sinatra (que consideraba que el rock era simple ruido) con aquel greñudo que atentaba de manera tan escandalosa contra el buen gusto. Y, sin embargo, Frank respetaba a Alice, especialmente en su faceta de baladista. Porque Alice Cooper es, indudablemente, un brillante creador de melodías y de grandes baladas (algo de lo que se puede disfrutar en casi todos sus discos).
Sinatra llegó a interpretar una de sus canciones, You and me, en un concierto en el Hollywood Bowl en 1977. Un tema que encajaba fácilmente dentro de su repertorio baladístico, como lo habrían hecho otras joyas como How you gonna see me now o I never cry.
No existe, lamentablemente, testimonio audiovisual alguno de aquel evento, pero podemos disfrutar de la interpretación de este tema de amores imposibles en el histórico episodio de Los Teleñecos protagonizado por Alice (ahora disponible en Disney Plus).
Alice contó años después que Sinatra había cantado su canción a modo de agradecimiento por un favor personal. “Amaba a Sinatra, era mi amigo. Y pilló del todo de qué iba Alice Cooper. De hecho, todos los chicos de Hollywood, los viejos profesionales, lo hicieron. Lo entendían”.
GROUCHO MARX
La conexión con Sinatra le permitió conocer a otra de las mentes más brillantes y lenguaraces del pasado siglo. En una fiesta organizada por el cantante, el genial cómico, ya octogenario, y el individuo más siniestro de Hollywood terminaron cantando a dueto Lidia the Tattooed Lady (escena que no resulta fácil de imaginar).
Su amistad se reforzó al ser los dos vecinos en Beverly Hills. Groucho, que padecía insomnio, le llamada habitualmente en mitad de la noche: “No puedo dormir, vente para acá”. Alice iba a su casa y veía con él un par de pelis antiguas (dando cuenta de las seis latas de cerveza que siempre le tenía preparadas), hasta que finalmente pillaba el sueño.
A Groucho también le encantaban los conciertos de Alice. “¡Anda, un vodevil!”, exclamó la primera vez que asistió a uno. El viejo genio también demostraba entender mejor de qué iba el tema que gente 50 ó 60 años más joven que él. Le gustaban sus conciertos tanto que emplazó a sus viejas y legendarias amistades, y las representaciones de Alice Cooper en Los Ángeles empezaron a distinguirse por la presencia, junto a la de proto punks cabreados, adolescentes vociferantes y algún satanista despistado, de George Burns, Jack Benny, Mae West o Fred Astaire. Y todos parecían pasárselo bomba allí.
“¡Mira, una guillotina!”, decía George Burns, “recuerdo que en 1923 el gran Mahagony hacía un número parecido, pero al final salían palomas”.
Los grandes cómicos norteamericanos le aceptaban como a uno más. Y semejante lista de avales le permitió convertirse en el único rockero en ser aceptado en The Friars Club, exclusivo club privado de los comediantes norteamericanos.
En cuanto a Groucho, muchas fueron los admiradores convertidos en estrellas que quisieron conocerle y acercarse a él (Freddie Mercury, Elton John, Ron Wood…) pero seguramente no llegó a compartir con ninguno lo que compartió con The Coop (apodo que él mismo le puso).
A modo de off topic, y para entender cómo podía ser un cara a cara con un Groucho con las facultades presuntamente mermadas, aquí va un fragmento del libro Memorias de un Rolling Stone, en el que Ron Wood habla de su primer encuentro con él, cuando fue invitado a una fiesta en su casa:
“Nos abrió Groucho en persona, me echó una mirada y dijo: ‘Es el corte de pelo más estúpido que he visto en mi vida. ¿Eres hombre o gallina?’
—Groucho, este es Ron Wood.
—Lo sé, he visto todas sus películas.
—Groucho, Ron es músico.
—Lo sé, he oído todos sus discos. ¿En qué grupo tocas?”
JOHN LENNON
A priori podría parecer más congruente la amistad entre estos dos rockeros, pero reparemos en lo distantes que ambos estaban dentro de la amplia galaxia del rock. El uno, mito viviente, pacifista y concienciado. El otro, maquillado como una bruja, con el escenario lleno de sangre y de muñecos grotescos.
Hubo, afortunadamente, algo que les unió: su amor por el alcohol. Los dos formaron parte de The Hollywood Vampires, congregación que contaba en sus filas con otros grandes amantes de la botella como Ringo Starr, Micky Dolenz, Harry Nilsson y Keith Moon (que un día aparecía por allí disfrazado de Adolf Hitler y otro representando el papel de una princesa cortesana inglesa). Todos se reunían en el célebre Rainbow Bar de Los Ángeles con el único propósito de beber hasta que ninguno de ellos quedase en pie. Una tarea simple en apariencia pero que, entre tan prestigiosos empinadores de codo, daba lugar a interminables y celebradas odiseas etílicas.
A modo de homenaje a tan ilustre sociedad, Alice formó en 2015 una banda con el mismo nombre junto a Johnny Depp y Joe Perry, candidatos ambos que podrían haber dado la talla en las reuniones originales. Su misión (que ha contado con la colaboración de gente desde Perry Farrell a Paul McCartney) es tocar las canciones de todos los amigos caídos por la sagrada causa del rock.